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“Llorar” bien significa tomar nuestra cruz para seguir a Cristo, como nos dice el Papa Francisco:
“El mundo nos dice exactamente lo contrario: el entretenimiento, el placer, la diversión y el escape contribuyen a la buena vida. La persona mundana ignora los problemas de enfermedad o tristeza en la familia o en todo lo que la rodea; desvía la mirada. El mundo no tiene deseos de llorar; preferiría ignorar las situaciones dolorosas, encubrirlas u ocultarlas. Se gasta mucha energía en huir de situaciones de sufrimiento con la creencia de que la realidad puede ocultarse. Pero la cruz nunca puede faltar” (Gaudete et exsultate 75).
Amemos la cruz, como escribió san Josemaría: “No podemos, no debemos, ser cristianos tranquilos: en la tierra debe haber dolor y la Cruz… Encontrar la Cruz es encontrar la felicidad: es haberte encontrado, ¡Caballero!" (La Forja 762, 766). Huir de la cruz es huir de Cristo; abrazarlo es abrazar a Cristo, honrando el nombre de Dios, como dice enfáticamente San Pablo:
“Tened entre vosotros este sentir que tenéis en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, naciendo a semejanza de los hombres. Y al encontrarse en forma humana, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le dio el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:5-11)
Abrazando su cruz, Cristo exaltó a Dios Padre y movió al Padre a concederle el nombre sobre todo nombre: Jesús. Dios nos está llamando a hacer lo mismo, a aceptar con gracia los sufrimientos de la vida, como una participación en la expiación de Cristo por nuestros pecados. Esto nos ayudará a ver a Cristo en todo en nuestras vidas y nos ganará un gran nombre. Reverenciaremos a Dios, su nombre, el nombre de Cristo, y honraremos los grandes nombres de María y de los santos. No abrazar la cruz es no amar.
Aunque usar el nombre de Dios en vano puede no ser un pecado mortal, siempre daña nuestra relación con él. Por ejemplo, pensemos en un hombre que grita el nombre de su esposa cada vez que sucede algo malo: se golpea el pulgar con el martillo y grita: “¡Oh, Marylu!”, o rompe un vaso… “¡Marylu, otra vez no!”. etc. Esto no acabaría con su relación, pero ciertamente la dañaría. De la misma manera, si cada vez que sucede algo malo usamos el nombre de Dios en vano –tal vez fallamos un tiro de baloncesto y gritamos “Oh Cristo…”- es como si estuviéramos diciendo: “Cristo, si no hubieras movido el aro , el balón hubiera entrado”. Por lo general, esto no es un pecado mortal, como lo sería si el nombre de Dios se usara con odio o desprecio. Usar el nombre de Dios en vano o con ligera irreverencia sigue siendo ofensivo y daña nuestra relación con él.
Cuando veas el nombre de Dios descuidadamente o mal usado defiéndelo y llora haciendo actos de reparación o expiación.
Decir malas palabras (el uso de improperios y “palabras de cuatro letras”) no implica usar el nombre de Dios en vano, sino que es una forma de culpar a otros por nuestro sufrimiento, haciéndolos sufrir con nosotros, diciendo algo que les heriría o les disgustaría. Por lo tanto, maldecir es una falta de paciencia (sufrir con paciencia) que conduce a una falta de caridad.
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